Exitos de la Nueva Ola Chilena

jueves, 29 de noviembre de 2007

TRANSANTIAGO - "LOS ESPERADEROS"

COLUMNA ESCRITA POR CRISTIAN WARNKEN
Y PUBLICADA EN EL DIARIO "EL MERCURIO"
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Ahí está -¿cómo no verlo, cuando cae la tarde?- el hombre que espera. La mujer, con el niño en brazos, que espera. El anciano, con el tiempo sobre sus hombros, que espera. El señor del maletín y de los zapatos recién lustrados, que espera. La muchacha que se puso hermosa este día, que espera. ¡Y cómo esperan! Han esperado siempre, a pesar de lo que digan los que nunca han esperado, "que no pueden esperar". ¡Pero sí esperan, esperan todavía, seguirán esperando, ahí, en las esquinas, a la ciudad nueva tantas veces prometida, que nunca llegó!

Ya no son paraderos donde esperan. Llamémoslos de una vez por todas "esperaderos", salas de espera abiertas, en plena calle, al descampado. Las nubes pasan sobre sus cabezas, y ellos todavía ahí, esperando, jirones de vida efímera. Pasan los autos veloces, pasan los perros, pasan los días, pasan los gobiernos, pasan las noticias, y ellos esperan. ¡Cómo pasan frenéticos los helicópteros en el cielo, para vigilar las Cumbres de los presidentes, que no soportan esperar a sus pares ni media hora! ¡Cómo pasan los pájaros y las polillas, mientras ellos no pueden moverse de ahí, náufragos en paraderos, islas abandonadas en un mar de promesas!

¡Cómo pasa todo, cómo se va la vida, la belleza de la muchacha que se puso hermosa, cómo se viene la muerte del anciano, cómo se pierde la venta de los calcetines que lleva en su maleta el vendedor, por esperar! ¡Cómo se vacían las miradas de los que esperan, hasta volverse neutras, vacías, al caer la tarde!

¿Y qué esperan? Si les preguntaras, tal vez ya no sabrían decirte qué esperan. De tanto esperar, perdieron la ilusión, incluso la esperanza. Y entonces se pusieron a esperar sin objeto, a esperar solamente, como quien espera nada, ¡como quien espera la muerte!

¡Pero no puede ser que esperen tanto! -te dices, tú que avanzas raudo y ves a los mismos esperar en el mismo lugar, una hora y otra hora-. No puede ser que esperen al alba, al mediodía, al crepúsculo, bajo la lluvia o el sol, un jueves, un lunes, un domingo impune! ¡No puede ser! ¡No puede ser! Un coro griego diría con furia: "¡No puede ser!".

Pero sí puede ser. Ya pudo ser. La tragedia los pilló desnudos, solos, víctimas propiciatorias del gran sacrificio. Los hicieron esperar, y esperaron, y de tanto esperar se les armó una paciencia inédita, se armaron de paciencia hasta los huesos, y se fueron gastando en la paciencia sin límite. Y ahora callan, y esperan. Ya no lloran, no gritan, no patean, no dicen que esperan. Sólo esperan, nada más, como si esperar fuera el único verbo de sus vidas, vidas sin sujeto, habitantes varados ahí en los paraderos de nuestra ciudad.

¿Habitantes, dijiste? ¡Por favor! Di lo que son de verdad: "Esperantes", fantasmas de una espera más real que sus propias vidas.

"Que esperen un poquito más -dice un delegado del gran absurdo nacional-. Sólo un poquito más, y ya verán...". "¿Y cuánto habría que esperar, señor delegado?" "Hay que esperar, pues. De eso se trata, esperar hasta que duela".

Pero, ¿qué haremos con ellos cuando llegue lo esperado y ellos sigan esperando, sin moverse, como postes, como árboles secos, creyendo que hay que seguir esperando, porque sólo esperar saben? No podremos hacer nada. No habrá nada que hacer. Porque las Godot esperadas ya no llegaron.

¿Las Godot? Sí, así las llaman ahora (en homenaje a Beckett, el del teatro del absurdo, gran referente de nuestro Chilepaís, pues...). No las góndolas, no las micros, no las cuncunas, no: las Godot... Y una Godot que se precie de tal nunca llega, o no sería Godot. Así que a esperar se ha dicho, cierren los ojos y verán a una flota de Godot llegar desde el cielo sobre los paraderos vacíos, donde ya nadie -una vez conocida la verdad- esperará nada.

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